domingo, 8 de julio de 2007

Los recuerdos: La Plaza Mayor, El Jamón, La Sociedad, Las verbenas...

Asistí en A Cañiza, concretamente en la Plaza Mayor, a la inauguración de la Casa Museo Diego de Giráldez, mi cuñado, y cuando estaba en la Plaza donde se celebran las verbenas de la Fiesta del Jamón, en los veranos, me acordé con mucha nostalgia de aquellos años, cuando niñita, en los que mis padres me contaban sus vivencias de mozos en A Cañiza, nacieron allí: “En las casas, escaseaba el dinero, y se racionaba la comida. Ahora bien. En el tema de aparentar lo que no se tenía, ahí no había problema de ningún tipo”.

El carnet del casino o Sociedad, se solicitaba para todos, sobre todo para las mocitas, y a la niña se la hacía socia. ¡ Como está mandado! Allá se iban con sus collares de “perlas” y sus vestiditos de organdí, blanco e inmaculado. Recién salidas del horno de la “peluquera” y con el peinado impecable. Se reunían allí, en las noches de verbena, con la flor y nata de la buena sociedad cañiciense y los mozos de Ribadavia. Me contaba mi madre que: Las amigas se sentaban alrededor de una mesa, con sus respectivos refrescos, mirando soñadoramente hacia la barra, donde estaban los galanes, mirando para abajo, y con gesto altanero. De vez en cuando, alguna que otra se "estrenaba", y era como si le hubiese tocado el boleto de la lotería. Otras, sentadas en aquélla mesa, y con todo el aburrimiento encima. Mientras ella se trasladaba, con la imaginación, a su grupito de rocas en la Robleda del Sr. Evaristo, su padre. Y al mismo tiempo, pensaba que mejor se hubiese quedado leyendo ese libro pendiente de lectura, que estaba esperando a ser abierto, para que le contase una historia.

A medianoche, con cara de cansada y con el maquillaje derretido como la mantequilla, retornaba a su casa, con sus queridos padres. ¡Bueno! Era cuestión de esperar a la próxima verbena, a ver si con un poco de suerte, aparecía en sus vidas, un príncipe azul, rosa, o verde.... Eso sí, si era posible con la cartera abultada –era lo aconsejado por los padre en aquellos tiempos de hambre y miseria de la guerra y posguerra-, pues de eso se trataba, de hacer "una buena boda".

Me contaban que: “A las niñas que frecuentábamos el casino, se nos llamaba "niñas bien". Yo no me consideraba como tal, pero ya se sabe que un "carnet" de esos, en un pueblo, te da mucho poder”.

El fondo de armario, de algunas, se renovaba con frecuencia, y no se podía decir que no hacían y lucían los mejores modelitos. Al final terminaban todas costureras.

La despensa, sin embargo, estaba bastante vacía, no era el caso de mi padre que era carnicero, pero en algunas casas cuando se abría la “artesa”, invitaba a hacer un guión surrealista al ver un limón solitario en medio de la misma, y como mucho un poco más.

Sin embargo, en el comedor de cada casa, había un sitio privilegiado. Era un armario en el que se guardaban provisiones. Tenía llave. Casi nunca puesta, pues se guardaba como oro en paño. Sólo se abría cuando venía alguna visita importante o mozo interesante. Sucedía, que alguna que otra vez, se la olvidaban y se quedaba puesta. “Alguna tarde, más de una, abrí el armarito, y saque las exquisitas provisiones, que allí se guardaban bajo llave. Me comí unas lonchas muy finas de jamón serrano, y le di buena cuenta a las pastitas de té”. Recuerdo que me contó más de una vez mi madre.

Al día siguiente, la bronca fue descomunal, según cuenta, “y nunca me olvidaré de las palabras dichas por mi madre -en este caso mi abuela- : hija mía, no vuelvas a comer el jamón y las pastas de te, porque son para las "visitas".

Era paradójico que en A Cañiza, siendo la tierra del Jamón, no pudieran comerlo.

Desde entonces, aquel misterioso armario permaneció siempre cerrado, para obsequiar a las personas que se dignaban a visitarlos. Había que dejar una buena imagen, acorde con el carnet del casino...

Mientras tanto, todas seguían asistiendo a las verbenas, todas emperifolladas, y con el estómago no precisamente muy lleno. Eso tenía algo de bueno ¡Conservaban muy bien el tipo!, sin necesidad de asistir, como ahora, a gimnasios o a cirujanos plásticos.

Avatares de la vida. Al final, la mayoría no consiguieron encontrar a ese príncipe maravilloso, que iba a permitir que comiesen jamón serrano y pastas de té, en aquel entonces su mayor ilusión. Pero consiguieron dignidad, en la emigración, y un montón de recuerdos.

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