ANTONIO PRADO LEDESMA
El poeta del verbo Luminoso
Nació y creció, nuestro personaje desgraciadamente desaparecido, el poeta en Moral de Calatrava (Ciudad Real), en la Mancha arborea de los historiadores, o en la Manxa - tierra seca - de los lingüistas, según se prefiera. Quizás, simplemente, junto al tabaibá por el que aún revolotea la nocturna tatagua premonitoria para posarse un instante sobre sus ásperos frutos amarillos. Y falleció en Vivero, Concello que acertadamente convoca anualmente un premio de poesía con su nombre. Compartía su domicilio de Vivero con el de Vigo en la calle Villagarcia de Arosa.
Nuestro amigo, el poeta del verbo luminoso, es seguro un lucero que brilla en el cielo. Tal era su empeño de permanecer alejado de la notoriedad que esclarecidos hombres de letras, de solvente juicio, coinciden en proclamar que su nombre, como poeta excepcional, tiene que formar parte, para brillar con luz propia, de la constelación de los escritores ilustres. Y a esto no se puede renunciar amigo mio.
Charlabamos un rato de todo: del tiempo, de política, de pequeñas cosas de la vida. Su pensamiento queda suficientemente expresado en sus poemas, pero hay uno definitivamente expresivo, el que lleva por título "Madurez":
Sólo un chozo de ramas,
y un abeto.
Y en el abeto, un nido.
Y en el nido, un lucero
Es decir: la soledad, el silencio. El silencio supone llegar a los rincones más hondos de las cosas, a lo que cada cosa tiene de eternidad. El decía que el silencio es como el océano, puro sinfín, total inmaterialidad. Se puede navegar por él - alma, nube y ola - , como los barcos que veía desde Morás, ágiles y delgados en la distancia. Y navegar es irse, pasar sobre lo efímero y caedizo, sentir el cálido beso de lo que no muere nunca, saberse en el viento como la nube o la rosa, las dos cosas más perfectas y gráciles que existen. Aunque las dos puedan morir ¿morir? No sé. Un hombre de bien a muerto, su recuerdo vive en mi y en sus versos, un gran poeta perdurará para la eternidad. Desde esta página te mando un beso al cielo.
VERSO ÚNICO (inédito)
Yo daría mi vida, toda entera
por el verso increado, el verso ungido
que cantara la flor, la nube, el nido,
la divina y eterna primavera.
Yo daría mi vida, lo que fuera
por ese verso fiel, por el latido
de un pájaro en mi frente, el desvivido
temblor de un ala fiel en mi cadera.
Daría todo, más, mis blancos lotos,
mis castillos de azúcar, los remotos
lunarios de mi pálido universo.
Daría mis alondras luminosas,
mi altiva soledad, mi azul, mis rosas.
Hasta el alma, Señor, por ese verso.