jueves, 23 de abril de 2009

EL 23 F, O EL INTENTO DE VUELTA A LA DICTADURA.

(JESARVID)

Sí, ahora que se cumplen 28 años de aquél nefasto 23 de febrero de 1981, me atrevo a escribir y publicar libremente lo que me ocurrió en tan señalado día. Algo que solo sabe mi esposa y un par de amigos muy íntimos. Ni a mis hijas se lo conté.

El día 23 de febrero de 1981, como otro día cualquiera, sobre las cuatro de la tarde, estaciono el coche en un parking existente detrás del edificio de los juzgados de la calle Príncipe, hoy Museo El Marco, lugar en que lo hacía siempre que encontraba sitio. Voy al despacho en calle Doctor Cadaval. Sobre las seis de la tarde salgo andando a la calle María Verdiales, a una academia, donde a la sazón daba clases a alumnos que preparaban oposiciones.

Cuando entro en la Academia, me encuentro a los dueños, profesores, y algún alumno, todos reunidos alrededor de un aparato de radio y un televisor. Me dicen que me siente; que no hay clases. Que acababa de darse un “Golpe de Estado”. Que los militares y guardias civiles, con Tejero a la cabeza, habían entrado y tomado el Parlamento. Les contesté: “Bueno, ¿estáis de coña?; lo que estáis es siguiendo el “debate de investidura de Calvo Sotelo”. Pero, ¿qué carallo me contáis de Tejero, que a ese lo conocí yo cuando estaba destinado por la zona del Condado?”. Me insisten en que no, que es un “Golpe de Estado”.

Pronto comprobé que era cierto y que el cabecilla era Tejero, al que sí conocía de prestar servicio en la Guardia Civil, por la zona de A Cañiza, Creciente, Ponteareas, etc.. Creo recordar que decía era el “Jefe de Línea”, que nunca supe lo que eso significa. Tampoco recuerdo la graduación que tenía en aquélla fecha. Cuando entró en el Parlamento, parece era Teniente Coronel”. No cabe duda que Tejero no era otra cosa que un instrumento más en el Golpe, que seguía instrucciones de los verdaderos artífices del intento de subversión del régimen democrático constitucional que hacía poco mas de dos años nos habíamos dado los españoles. Ello no es objeto de análisis, pues solo trato de contar lo que me sucedió.

En la Academia estuvimos hasta pasadas las ocho de la tarde, en que cada uno la fuimos abandonando. Yo lo hice en compañía de un gran amigo y compañero, a quien al día siguiente conté mi odisea. Este amigo y yo, fuimos, como de costumbre, a tomar unos vinos con otros amigos, al lugar de siempre, y como es lógico, la tertulia versaba sobre el mismo tema “el Golpe de Estado” y el seguro retroceso, de prosperar, a la extinta, pero aún caliente, dictadura de Franco. Hemos analizado en poco mas de una hora toda la historia de España, la verdadera y la que nos adoctrinaran en ella.

Pasadas las nueve y media, decidimos irnos a casa y el amigo me dice: “mira voy andando que me hace falta hacer algo de ejercicio”. Le insistí en que lo dejaba en casa, como tantas otras veces, que no me costaba nada, que me coincidía en camino. Él insistió en que iba andando. Ni que adivinara lo que iba pasar. Diré que si yo no era de derechas, mi amigo mucho menos.

Nos separamos en la esquina de Ronda Don Bosco con María Verdiales, por cuya calle se marchó. Bajé al parking donde tenía el coche y cuando me acerco al vehículo y saco las llaves del bolsillo para abrir la puerta y marchar, ya no me dieron tiempo ni a introducir la llave en la cerradura. Se me acercaron dos policías nacionales, y uno de cada lado, me dijeron: “a donde va usted” y le contesté que a mi casa. Me replicaron que de eso nada; que lo iban a consultar a sus jefes. Me puse tan nervioso que solo pude ver que había un montón de hombres con uniformes de policía nacional y creo que municipal y de la guardia civil.

FUE MI ÚNICA DETENCIÓN O RETENCIÓN. DURANTE MAS DE NUEVE HORAS.

No recuerdo ni si me pidieron la documentación, pero creo que no, pues también creo que me conocían bien, o al menos lo suficiente para tenerme identificado. Fueron a preguntar y me dijeron que de momento no podía marchar. Les dije que dejaba el coche y las llaves. Que me iba andando. Que me acompañaran hasta el domicilio. Como no accedían, les pedí que me dejaran llamar a casa para decirle a mi mujer donde estaba. Que tenía dos hijas pequeñas. Ni así me dejaron marchar ni llamar por teléfono. Les pregunté porque me detenían o retenían y me contestaban que ya me lo dirían sus jefes.

Serían cerca de las doce de la noche, les dije que les comunicaran a sus jefes, que tenia hambre y sed. Hambre, realmente no tenía, sed sí y mucha, pero de la sequedad que me producían los nervios y el miedo. Por fin, me dicen que me acompañan dos policías a un bar para que pueda comer y beber algo, y así fue. Fui a un bar acompañado de al menos dos policías, tomé un pequeño bocadillo y bebí agua mineral hasta hartarme. Invité a los policías, en un afán de despiste hacia los del bar y clientes, invitación que no aceptaron, si bien el despiste era difícil, ya que llevaba uno a cada lado, solo me faltaban las”esposas”, pero, si no me “esposaron” fue por razones que no son del caso citar. (Mi intención era que quien nos viera pensaran que íbamos como unos amigos). Tampoco aquí me permitieron llamar por teléfono a casa, a mi domicilio.

Después de tomar un bocadillo y beber, regresamos al referido parking, en la parte trasera del edificio, donde se encontraba toda esa fuerza de seguridad. En esta parte trasera existían unas oficinas que creo usaba la policía municipal, oficinas que estaban llenas de gente uniformada, al igual que en el exterior, donde me pasé toda la noche, siempre custodiado y sin dejarme estar dentro del coche para resguardarme del frío, sino como mucho debajo del vuelo de los locales o tiendas que existían a la entrada de La Ronda.

Ya pasadas las cinco de la mañana, me permitieron irme a casa, a la que llegué, además de lleno de frío, a pesar de haber puesto a tope la calefacción del coche, en un estado de nervios y de tensión superior al padecido durante las largas horas de mi detención. Ni que decir tiene que mi mujer, estaba muy preocupada; se había levantado de cama y estaba en la cocina; menos mal que mis hijas no se enteraron. Fue cuando me enteré por mi mujer de que el Rey había paarado el golpe.

TUVE MIEDO YA QUE ERA CONSCIENTE DE LO QUE ME PODÍA OCURRIR.

Durante la detención o retención, sufrí un miedo irresistible, pues me venía a la cabeza lo que había ocurrido en 1936, y sobre todo, en la pos guerra civil. Lo que me habían contado de toda aquélla barbarie. Pensaba y repensaba: ¿por qué me habían detenido?. Se lo preguntaba una y otra vez, e insistían en que, de momento, no estaba detenido, sino retenido y que las causas ya me las diría quién correspondiera, sus jefes. Al oír esto, me decía: “si triunfa el Golpe, la explicación ¿será el tiro en la nuca?”. No le encontraba sentido, pues yo no pertenecía a ningún partido y lo único es que era o había sido afiliado a un sindicato y participado en reuniones sectoriales, a veces clandestinas, y otros actos reivindicativos de mejoras profesionales y salariales, siempre dentro del mayor respeto, todo lo que siempre consideré legal, por ser un derecho inalienable del individuo.

Por otro lado, me preguntaba a mí mismo: pero, ¿si acabamos de salir de una dictadura y aún no nos asentamos en la democracia y ya volvemos a otra?. Esto fue un intento, en toda regla, de vuelta a la Dictadura. Un retroceso al pasado que solo nuestro nunca bien ponderado Rey, evitó. Por eso al Rey Juan Carlos, he de agradecer, y de hecho agradezco, mi liberación, y quizás mi vida, al igual que todos los españoles de bien, le deben el avance democrático y con ello la libertad y el progreso de que hoy disfrutamos, al haber parado dicho Golpe de Estado. De no haberlo hecho, retrocederíamos en el tiempo, una vez más.

A pesar de todo, no siento rencor alguno hacia los policías y demás fuerzas de seguridad que prestaban servicio esa, para mi y los españoles de bien, aciaga tarde y noche, pues no hacían otra cosa que “cumplir órdenes, cual es su deber”. Siempre, cuando más seguro me sentí, siento y sentiré, en circunstancias normales, fue al lado o cerca de las fuerzas de seguridad del Estado. Pero, en este caso, era distinto, ya que las circunstancias no eran de las que uno puede considerar normales, mas bien todo lo contrario. Fueron horas delicadas, de un suspense y miedo irresistibles.

Solo pido que no se vuelva repetir.

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